Reto 2 La Venta

        Foto: MMGF

Voy a permitirme la licencia de aportar unos breves retazos de la historia de una señora de un pueblo de Tenerife que describe la resiliencia de una mujer que sin haber trascendido a hechos cronológicos destacados sí refleja las muchas vidas de personas que padecieron la escasez y la pobreza de la época.

Doña Juana Fuentes de León fue una mujer empresaria de su época (1894-1994). Longeva donde las haya 99 años. Nacida el 19 de diciembre de 1894 en el barrio del municipio de Los Realejos. Este dato se obtuvo gracias a la partida de nacimiento del acta bautismal de la parroquia del pueblo, debido a que el archivo municipal se quemó por un incendio en 1952. Sus padres fueron Vicente y Francisca. Sus hermanos: Vicente, que falleció en la juventud, Concepción, fallecida en la infancia, Carmen, quien enviudó prematuramente.

A principios del pasado siglo su familia se trasladó a otro barrio del citado pueblo. No tardó la mala fortuna en visitar su hogar, ya que cuando apenas tenía catorce años su madre falleció a causa del tétanos tras herirse con un clavo. Nuestra protagonista, quedó al cuidado de sus hermanos hasta que su padre contrajo nuevo matrimonio con una mujer que sería un dechado de virtudes.

La actitud devoción de esta vecina la llevó años más tarde a tomar la decisión de ingresar en un convento. Sin embargo, otro avatar del destino dio un giro a este deseo. Padeció fiebres tifoideas y su delicada salud la obligó a regresar a su casa. Tal hecho justificó que no volviese a la institución religiosa. En 1929, falleció su padre, medianero y propietario, dejando como herencia cinco acciones de agua a sus hijos, que proporcionaron futuras rentas. A pesar de estas pérdidas familiares, Juana conformó su hogar con su hermana Carmen e hijos, donde desarrollaron labores de calado y costura. La familia se amplió con otros familiares.

Sobre los años veinte del pasado siglo, ya regentaba la venta que se situaba junto a unos recintos religiosos, de los cuáles era la encargada de custodiar la llave. La prosperidad de su negocio supuso que traspasara en pocos años la actividad y posteriormente adquiriera una vivienda. En el siguiente decenio, la convulsa situación política, sufrió desagradables episodios como los insultos y apedreamiento de los cristales de las beatas por manifestantes de la época profanando el Vía Crucis, de igual forma corroboró como un manifestante arrepentido reintegró las cruces.

Destacaba la protagonista que en una ocasión un comerciante hindú le propuso casamiento; ella rehusó la pretensión, pues según dijo: “estoy entregada al Señor”. Posteriormente, la prensa insular notificaría el fallecimiento del negociante indio en Puerto de la Cruz, sin descendencia y millonario.

Describían algunos vecinos que la venta destacaba por sus blancas paredes, mostrador verde de madera, su pesa de balanza y las chapas metálicas publicitarias de bebidas gasificadas. La relación de artículos disponibles bien podría ser la que sigue: queso de plato, colorante alimentario Carmencita, latas de leche condensada La Lechera y Cuatro Vacas o bolsas de las leches industriales en polvo.

La máquina dispensadora de aceite refinado, sardinas saladas, bacalao en salmuera cuando terciaba, toda clase de legumbres y harinas a granel, con lugar preferente para el millo argentino y papas o batatas del país. En el horno se elaboraba el pan propio, café en grano que molía la ventera en persona, o diversos caldos locales envasados en gentil garrafón. La parra, Vino Sansón, Coñac Terry o Anís del Mono que rompían el ayuno de los jornaleros en la fría mañana. Surtido de pastillas y caramelos de cristal alegraban los paseos domingueros de los novios. En esa época donde la actividad comercial no se regulaba con la diversificación y legislación actuales, era fácil adquirir en las ventas, analgésicos, que acarreó un episodio de intoxicación a dos niñas de la familia. Hasta la actividad ferretera fue ejercida por la protagonista, al dispensar petróleo. Su incombustible energía y genio (en su doble acepción), no impidió que los “fiados” reflejados en su libreta fueran ocasionalmente condonados. Tampoco las “tazas de agua” que brindaba a algunas clientas durante sus tertulias o los tejidos que regaló a menesterosos. Finalmente, en los años sesenta traspasó parcialmente la el negocio. La nonagenaria Juana Fuentes clausuró definitivamente su venta hacia 1986 y sus últimos años transcurrieron en su domicilio. Sobrevivió a toda su generación y falleció de vejez a la avanzada edad de 99 años, el 27 de julio de 1994.

Doña Juana simboliza esa generación que subsistió en cocinas lúgubres de pocos enseres, de almuerzo austero y frugal cena, anciana de pelo cano, vestido negro o marrón y ropa blanca en el arca. Parapetada tras el transistor de radio a pilas, atenta al Ángelus del mediodía y el Rosario vespertino, al que respondía en perfecto latín (también chapurreaba francés, fruto de su estancia en el convento). Sin duda alguna, fue una figura que pone de relieve el papel que han jugado muchas mujeres al frente de una empresa. Ejemplo válido para que muchas mujeres puedan dar un impulso de la igualdad en el sector empresarial a pesar de las dificultades sobrevenidas.

 

Bibliografía:

Testimonio oral de un familiar: J. David Álvarez García

Publicado en el Programa de Las Fiestas de Mayo de Los Realejos 2019

Foto: MMGF.


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